En busca de sentido

vela

«El propósito de la vida es una vida con propósito».

Dudé sobre la conveniencia de publicar un Sari hoy. Estos días han sido de muchísima lectura y, por supuesto, también de escribir. Sin embargo, mis escritos han sido reflexiones personales. Ni cuentos, ni artículos, ni poemas.

Al igual que todos, he estado viviendo mis propias batallas… también tengo una historia en medio del apagón nacional que tanto caos ha causado en Venezuela y sí, en su momento pensé contarles mi experiencia; tal vez lo haga más adelante pero no hoy. Hoy no tengo ganas de llenar más líneas con las palabras miedo, incertidumbre, impotencia o tristeza. Solo lograría desahogarme, algo que si bien ayuda, no está dentro de mis objetivos actuales.

Me gustaría más bien hablar de otra cosa. O, mejor dicho, lo que quiero es compartir con ustedes, fragmentos de un libro al que acudí con la esperanza de encontrar respuestas. Su título es «El hombre en busca de sentido», su autor, Viktor Frankl, un médico psiquiatra que estuvo prisionero, durante la Segunda Guerra Mundial en Auschwitz.

Se me hace necesario contarles el contraste de emociones que experimenté, antes de decidir buscar el libro.

La mañana del jueves, antes del apagón, yo estaba -de regreso a Caracas- recorriendo los maravillosos paisajes de Mérida. Por el Páramo, veía montañas altísimas, divididas en porciones de terrenos cuidadosamente trabajados. «¿Cómo llegan tan arriba?» me preguntaba. El sol estaba radiante y casi tan feliz como yo, que me sentía afortunada de poder presenciar tanta belleza, de haber sido merecedora de la confianza de esa vendedora de ajos que aceptó como moneda de cambio la palabra de una pronta transferencia y por haber podido llevar de un pueblito a otro a una anciana desconocida.

Y todavía hay quien me pregunta por qué sigo en Venezuela, pensé.

Desde hace meses he estado construyendo día tras día un proyecto que me tiene llena de amor por el futuro y que en Mérida, gracias al buen servicio, a la amabilidad y al trabajo constante -a pesar de todas las adversidades- vi más posible que antes. Un propósito de vida.

Pero entonces, cuatro días de luz intermitente, de señal casi ausente, de no poder comunicarme con mi abuela, sin saber qué va a pasar, cuánto va a durar, me llenaron de dudas. En las redes sociales encontré más realidades, infinidad de historias que probablemente ustedes ya conocen o vivieron y no voy a ser yo quien se las vuelva a contar. Como les dije, mi objetivo es otro.

A cada extracto que tomé del libro, por considerarlo relevante, le hice una pequeña anotación. Lo que quiero es que lean lo que dice Frankl y ustedes mismos saquen sus propias conclusiones. Es posible que les sirva a encontrar algún sentido, si acaso lo están buscando.

La libertad interior

«Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino. Y allí siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo más íntimo».

Encuentro similitudes con todo lo que ha ocurrido en Venezuela durante estos días de oscuridad, en los que nos convertimos en prisioneros de las circunstancias, teniendo así la oportunidad, de conocernos con mayor profundidad.

En el campo de concentración estaba el que intercambiaba un plato de sopa por un cigarro y aquí el que cobra dólares por guardar medicamentos en una cava. Dicen que mientras unos lloran otros venden pañuelos y que todo lo ocurrido responde a las reglas del libre mercado. Todo cierto y sin embargo, el hombre debería saber distinguir en su interior, cuándo es tiempo de secar lágrimas sin ningún tipo de recompensa económica.

Por suerte yo he sido testigo presencial de la mejor parte de la libertad individual (desde mi perspectiva): amigos que se ponen a la orden, personas que han guardado comida gratis, apoyo.

Juguetes del destino

«La máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos estos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba, era esta otra: ¿tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la pena de ser vivida». 

Confieso que el mayor tormento de todos estos días ha sido no saber cuánto durará la falta de electricidad, de comunicación, de actividad comercial, de trabajo en normalidad. El inventario mental de la comida disponible, de los recursos económicos.

Al igual que el autor, considero que si no llegara a encontrarle un sentido a la experiencia de vivir en este país y precisamente en esta época, entonces habría sido un error no haber emigrado. Serían ciertas las palabras tantas veces escuchadas «estás perdiendo tu juventud». Hace varios meses que he encontrado el verdadero sentido y lo tengo como escudo contra los días grises. No obstante, en estos días que han parecido de cautiverio, de locura, de fin, he titubeado, más de lo que me gustaría admitir. Por eso busqué el libro. Y también El diario de Ana Frank. Y mis propios escritos en los que me advierto sobre momentos como estos.

Y por eso elijo compartir con ustedes y decirles, que por más caos que se encuentre, hay que asumir la libertad y el derecho de poner la mente en calma, porque solo nuestra mente puede sacarnos de las situaciones más adversas.

Es posible que la situación en sí no tenga ningún sentido, o que en todo caso, por su atrocidad, sea demasiado complejo verlo. No obstante, como individuos podemos encontrarle un sentido en nuestra propia vida.

Análisis de la existencia provisional 

«Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo». Nietszche

«En última instancia, los responsables del estado de ánimo más íntimo del prisionero no eran tanto las causas psicológicas ya enumeradas, cuanto el resultado de su libre decisión. La observación psicológica de los prisioneros ha demostrado que únicamente los hombres que permitían que se debilitara su sostén moral y espiritual caían víctimas de las influencias degenerativas del campo. (…) El hombre que se dejaba vencer porque no podía ver ninguna meta futura, se ocupaba en pensamientos retrospectivos. En otro contexto hemos hablado ya de la tendencia a mirar al pasado como una forma de contribuir a apaciguar el presente y todos sus horrores, haciéndolo menos real. Pero despojar al presente de su realidad entrañaba ciertos riesgos». 

Parte de encontrarle sentido a nuestra existencia en este contexto, es conocer su importancia y repercusión en nuestro futuro. De tal manera dejamos de ser simples víctimas y asumimos la responsabilidad que tenemos con nosotros mismos, con nuestro entorno, con la vida. En la medida que asumimos el presente, podemos realmente ser parte de la construcción del futuro.

La evasión del presente mediante la evocación del pasado, es frecuente entre los ancianos que viven el famoso mito de la edad de oro y se regocijan con los recuerdos de su juventud. Sin embargo, en Venezuela, a diario, personas de todas las edades se pierden en la añoranza de tiempos pasados que, en no pocas ocasiones, solo les han sido contados.

Ocurre algo parecido con venezolanos que se han ido del país y son incapaces de disfrutar los beneficios por los cuales se fueron, por vivir atados a los acontecimientos del lugar que dejaron.

Entre vivir en el pasado y estar en un limbo no parece haber mucha diferencia.

Finalmente:

«El último día que pasamos en el campo fue como un anticipo de la libertad. Pero nuestro regocijo fue prematuro. El delegado de la Cruz Roja nos aseguró que se había firmado un acuerdo y que no se iba a evacuar el campo; sin embargo, aquella noche llegaron los camiones de las SS trayendo orden de despejar el campo».

Con todos los acontecimientos de los últimos días es probable que muchos de nosotros hayamos pensado que contamos los pollitos antes de nacer, que nuestra alegría, con respecto a lo que está por venir, fue anticipada.

Pero ahora, al igual que hace solo unas semanas, nos hará mucho mejor creer que, definitivamente, vamos a salir en libertad.